En el año 2018, el puente Pescadero, junto al cañón del río Cauca (Colombia), fueron inundados. Este territorio hace parte de la sedimentación de capas de la violencia colonial, que, en sucesivas oleadas histórico-políticas, al ritmo de fluctuantes ciclos desarrollistas, ha ido invadiendo las territorialidades pre-existentes, destruyendo paisajes y creando ruinas de “progreso”. También, en este territorio, la trama hidrocomunitaria se ha ido retejiendo pese a todo, haciendo re-brotar la vida y buscando nuevos cauces. En ese marco, este escrito ofrece un análisis de las lógicas expropiatorias en la era del Capitaloceno, con la imposición de obras, frente a las cuales las hidrocomunidades ribereñas y sus memorias se ven conminadas a re-existir Para ello, primero, haremos una contextualización del cañón del río Cauca antes de la corta vida moderna del puente Pescadero, construido en 1963. Luego, reconstruiremos los sucesos de los ’70 que, junto a la demanda energívora, detonó esta última oleada de despojo, pergeñada en los ’90 bajo el fragor de la violencia político-paramilitar, y perpetrada en las dos últimas décadas con la imposición de la hidroeléctrica Hidroituango. El análisis busca dar cuenta de los trastornos sociometabólicos provocados por dicha obra. Finalmente, compartiremos los horizontes interiores del Movimiento Ríos Vivos, como urdimbre pedagógico-política empeñada en recrear la fuerza simpoiética de paisajes de convivencialidad
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